Antoine de Saint Exupery

"La perfección se consigue, no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar."

21 sept 2009

Sobre la violencia. I


El anarquista rechaza la violencia en tanto supone obligar a otro a hacer aquello que no quiere. La violencia impone, aunque sea momentáneamente, la ley del más fuerte y esto repugna a nuestra razón. No obstante existen personas que adoran la violencia, pareciera que les place el rojo resplandor de las hogueras y lastimar a sus semejantes. Los pretextos son múltiples: que se lo merecen, que son culpables, que representan, que están uniformados, que no lo están, que son herejes, o ateos, o de otra religión, que no me gustan, que son feos, que se parecen a sapos, a hormigas o a babosas, que son un peligro, que se multiplican como mosquitos, que quieren lo que no quiero, que ¡tantas razones como racionalizaciones puede haber para la rabia, el desencanto, la frustración, el miedo o la amenaza real o imaginada.
El tema de la violencia es crucial en al Anarquismo porque existieron y existen grupos que se autodenominan libertarios y que hacen de ella, o que la consideran, una herramienta de uso político. Todos conocemos los atentados terroristas de los anarquistas finiseculares del XIX y de los argumentos basados en “la propaganda por el hecho”, que viene a significar con otras palabras que la muerte de un tirano coronado genera una aumento de conciencia de clase en el proletariado. Así las muertes de reyes, zares y primeros ministros hicieron famoso el anarquismo de barricada a la vez que lo cargaron con la respuesta automática de más represión y violencia estatal, en una espiral que terminó porque poco a poco fue quedando claro que por esa vía ni más conciencia de clase, ni más cerca la revolución soñada.
Curiosamente los grupos marginales más extremistas de nuestra sociedad, que no se mueven por hambre ni por miseria sino que provienen de las clases medias y que han tenido, en su inmensa mayoría, las ventajas del Estado del Bienestar en su infancia, aprovechan las viejas consignas y antiguos escritos para justificar su violencia callejera. Jóvenes sin norte que se adhieren a cualquier clavo ardiendo que dé algo más de valor a su resistencia frente a la nada, incluyendo a un sistema del cual ignoran su funcionamiento reemplazando su falta de sentido de la realidad con lemas abstractos y cócteles molotov.
Como escribe Juan García Oliver, con sorna: “Ya de mayor supe que los anarquistas se hacían leyendo las obras de Kropotkin y Bakunin; y que las variedades de socialistas –que son muchísimas- se empollaban las obras de Marx y Engels. Es posible que así fuese entre gente de la clase media, que podían aprender a leer bien, y que no carecían del dinero para su adquisición.” (El eco de los pasos)
Porque una cosa es entender el uso de la violencia en un proletario que desde la más tierna infancia trabajó de sol a sol y que nunca tuvo la menor esperanza de aprender ni siquiera a leer, y otra radicalmente diferente es entender la violencia de un grupo de vándalos que consideran que incendiar las calles llevará a un mundo mejor. Si en el primer caso es una respuesta equivocada pero legítima en el segundo sólo cabe pensar que el bienestar por sí sólo no trae ninguna buena idea si no va acompañado de una educación realmente humanista. Más aún, bienestar sin ideas es la mejor manera de cocinar individuos anómicos, perdidos en el berenjenal del mundo actual, con apetencias insatisfechas y cerebro de mosquito.
Ni siquiera aquellos que utilizaron la violencia salvaje contra los opresores llegaron a aceptarla en todas sus consecuencias. De tal modo que cuando tuvieron una oportunidad de entender y participar en una sociedad más libre, cesaron en su uso.
Entender cómo surge el impulso violento y que consecuencias tiene en uno mismo y en los demás es también empezar a entender porque se han dado tantas crueldades y miserias en el mundo humano. Justificar esa violencia, por sus fines o sus resultados más o menos mediatos, nada tiene que ver con el espíritu libertario.

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