¿Por qué “minimalista? Es un término que siempre se asocia con “bajo nivel”, “poca cosa”, “minucia” y al usarlo adjetivando una posición política se supone que ésta sólo es un pálido reflejo de su original. Por lo tanto usarlo deliberadamente parece una provocación. Y en realidad lo es. Nos gusta provocar; en el sentido de mover, impulsar a otros a pensar cambiando la perspectiva habitual. Y también creemos que la contradicción y la paradoja está en el corazón de la realidad humana, por lo tanto provocar es una un modo de acción directa dirigida al cerebro de aquellos ciudadanos amenazados por la domesticación que viene de arriba.
Podríamos llamarlo “anarquismo zen” pero eso sería banalizar nuestra concepción del mundo, porque la palabra “zen”, conservando cierto aroma oriental, por su uso intensivo ha caído en el pozo de la publicidad comercial y de los tópicos que salpican cualquier discurso con pretensiones de profundidad. Además el Zen, es Budismo y por lo tanto una religión, y sobre estas cuestiones creemos que no tenemos el menor derecho a pronunciarnos. ¡Que cada cual se lo monte a su manera!
Somos “minimalistas” porque somos escépticos, y lo somos porque ¿que otra cosa pensar del siglo fenecido? Del siglo XX nos queda el mensaje –para quien quiera leerlo- del gran pecado de ingenuidad política, que significa el intento de hacer ingeniería social, planificando como “debe ser” la sociedad del futuro para eliminar las lacras de la sociedad presente.
Los bolcheviques planificaron una sociedad más justa y obtuvieron un sistema que tuvo la virtud de hacer añorar el pasado; el Zar con toda su autocracia nunca había matado a sus compatriotas de manera tan sistemática, masiva y a la vez plural; todos cayeron bajo el hacha del verdugo, incluyendo a los propios. El nazismo quiso una sociedad que durara, en su perfección, mil años, y lo que obtuvieron fue un país arrasado e invadido por fuerzas extranjeras a una escala que nunca los alemanes se les hubiera ocurrido soñar ni en sus más tenebrosas preocupaciones.
Los anarquistas españoles lucharon simultáneamente contra la República burguesa y el fascismo internacional y terminaron o en la fosa o exiliados juntos a los burgueses que despreciaban y a los estalinistas que odiaban. Quizá el mejor símbolo de este error de concepción fue el golpe militar del Coronel Casado dónde lucharon frente a frente aquellos que debían estar de la mano haciendo frente al enemigo. Los campesinos chinos formaron los ejércitos de Mao, y luego de la victoria quedaron sometidos a una tiranía más sofisticada y perfecta que la anterior.
Incluso los creadores de la Unión Europea , que nada tenían que ver con “iluminados” o “predicadores de la buena nueva” se equivocaron al pensar que el viejo continente seguiría un camino de convergencia interna que terminaría en un nuevo gran Estado. Hasta ahora, sólo hemos obtenido nuevos burócratas, muy bien pagados, y una superestructura jurídica y política que se superpone a la de cada país sin reemplazarla, por lo cual se ha dado el mismo fenómeno que en España, donde los gobiernos se multiplican a escala local, con su corte de burócratas y sus normas propias, sin que el ciudadano se sienta o más cerca del poder, o el poder más cerca de la calle.
No es posible calcular las consecuencias de las acciones en un sistema complejo, donde pequeñas diferencias que se producen aleatoriamente –imperceptibles para el observador- terminan originando grandes cambios.
¿Qué sentido tiene el diseño de una sociedad más justa si no podemos controlar lo que sucederá, sin ir más lejos, cuando una crisis económica en un lejano país asiático puede repercutir en nuestro barrio, y en nuestra vida, sin tener, hasta ese momento, la mínima conciencia de la existencia de ese apartado lugar?
Siempre se puede planificar, pero cuando el sistema implicado trasciende por su magnitud nuestro entorno inmediato, la incertidumbre crece en proporción geométrica. Y los resultados son los que nadie habría elegido libremente al empezar el proceso. No tiene sentido imaginar una sociedad más perfecta, a menos que aceptemos que el resultado será el que Dios o la Complejidad quiera, y que cualquier parecido con el proyecto inicial es el resultado de una feliz casualidad. No hay necesidad de imaginar el viaje porque ya estamos en él, y nunca nos pararemos ni volveremos a una estación pasada, ni lo bueno perdido se rescatará ni lo malo sucedido nunca volverá. El sentido del cambio social es impredecible porque la suma de componentes de nuestro universo humano es inabarcable, hoy por hoy, con las herramientas científicas que poseemos. Por lo tanto o asumimos esta realidad, o seguiremos haciendo “brindis al sol” con inmutable estupidez.
¿Estas reflexiones niegan la posibilidad de actuar en el mundo? Por supuesto que no. Lo que niegan es la importancia política de imaginar una sociedad más perfecta que nadie ni nada está en sus manos generar. Más el análisis de los fenómenos complejos muestra un resultado inesperado: una mariposa puede provocar una tormenta en el otro hemisferio. O sea que lo pequeño, lo minúsculo, lo mínimo… tiene un poder que nadie soñó en sus cálculos racionales.
Para nosotros “mínimo” puede ser “mucho”, y además es algo que se puede hacer, que no necesita de grandes teorías, ni de construcciones alambicadas económicas o sociológicas. Se trata de encontrar el punto adecuado y hacer presión allí, en el momento oportuno. No es fácil, claro, pero si es intentable.
¿Se comprende ahora porque nos gusta el “minimalismo”? Una palabra engañosa, provocativa, que invita a la crítica, y justamente por eso condensa la clave del proceso de cambio. No sabemos hacía dónde vamos, pero si sabemos que no queremos, en el mundo futuro, sentirnos más presos, más regimentados, aceptando como un dogma lo que la autoridad de turno se le ocurra proponernos. Por lo tanto tenemos una brújula para orientarnos en el caos, y podemos saber con cierta seguridad, si vamos por buen camino, o estamos tomando un atajo que apunta en sentido inverso (y evaluar por lo tanto el coste personal y social de la nueva realidad que nos quieren vender).
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